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La literatura sí es fuego

El premio Nobel de literatura dijo una vez, en un gran discurso, que “mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él”. También manifestó -en ese mismo discurso- que la literatura es fuego y que sirve para agitar y exaltar el inconformismo de las personas en su sociedad. Sucede así desde que nos sumergimos en esa magnífica historia, mientras caminamos por las cuadras del colegio militar Leoncio Prado y vemos cómo ahí impera la ley del más fuerte, cómo un sistema que promueve la disciplina por medio de la violencia sólo logra corromper más a los jóvenes estudiantes.

Publicado: 2015-04-25

En la primera novela de Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros, 1963 ) se percibían ya algunas características que seguirían repitiéndose en muchas de las demás obras del gran autor: una técnica narrativa vanguardista dotada de muchas perspectivas, enriquecida con las voces de muchos narradores que se mezclan y cuentan la historia desde distintos tiempos y ángulos, una técnica que sobre todo se influenció en la obra del magnífico escritor William Faulkner. También podemos notar una tenaz disciplina flaubertiana que da la impresión de que, más que del talento, la obra es el resultado de un trabajo esforzado, metódico, estratégico. 

Pero sobre todo puede distinguirse desde ahí -desde ese primer gran destello- una característica que quizá hace que su genial narrativa obtenga una verdadera cualidad incendiaria. Desde que Vargas Llosa escribió “La ciudad y los perros” manifestó siempre una fuerte crítica en contra de la sociedad peruana, una sociedad muy corrompida, corrupta, injusta, que prefiere eludir valores primordiales con tal de salvaguardar la imagen, la apariencia.

El premio Nobel de literatura dijo una vez, en un gran discurso, que “mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él”. También manifestó -en ese mismo discurso- que la literatura es fuego y que sirve para agitar y exaltar el inconformismo de las personas en su sociedad.  Sucede así desde que nos sumergimos en esa magnífica historia, mientras caminamos por las cuadras del colegio militar Leoncio Prado y vemos cómo ahí impera la ley del más fuerte, cómo un sistema que promueve la disciplina por medio de la violencia sólo logra corromper más a los jóvenes estudiantes.

Mientras escuchamos las voces del serrano Cava, del Boa, del Esclavo, del Jaguar o de Alberto, no sólo nos sentimos visitantes, turistas en el relato, sino que también vivimos cada suceso, los sentimos y nos indignamos con cada injusticia.

Muchos críticos literarios consideraron que el epílogo del libro era innecesario, que la novela hubiera resultado mejor sin éste porque de alguna manera “mal formaba su estética”. Ahora que he vuelto a leer el libro después de algunos años, pienso que estaban muy equivocados. Es justo en esa última parte en donde hallamos la crítica más certera a nuestro país, es ahí, cuando nos vamos despidiendo de todos los personajes, que vemos cuán contrastada y desigual es nuestra sociedad, cuán inicua resulta.

Tal vez algunas veces han tenido la sensación, cuando los ven leyendo literatura, de que son percibidos como alguien que está perdiendo el tiempo, tal vez han escuchado comentarios que sugieren que la literatura es algo banal, que en realidad no sirve para nada, que es algo que solamente entretiene. 

Creo que, como a mí, leer “La ciudad y los perros” los convencerá de que no es así, les hará tener la convicción de que la literatura -como dice Vargas Llosa- es en verdad fuego. Les mostrará que los libros son instrumentos incendiarios que acentúan nuestro inconformismo, que sirven para que nos indignemos, para que protestemos, para que critiquemos y queramos mejorar.


Jaime Bueno

http://agujerointemporal.blogspot.com/


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